17 abril 2011


Buenos Aires, capital del libro y la 


desigualdad


La Ciudad tiene una nula vocación para asumirse como capital de todos los argentinos. Actitud que se exhibe cuando el propio jefe comunal tilda de ‘descontrolada’ la inmigración de los países vecinos.


De Tiempo Argentino

Por Rodolfo Hamawi -Director Nacional de Industrias Culturales.


La Unesco ha declarado a Buenos Aires como Capital Mundial del Libro 2011. Esta mención es sin dudas un reconocimiento a la larga y densa trayectoria que ha recorrido el mundo de la producción editorial, que como parte de un campo cultural más amplio hizo de esta ciudad un lugar de referencia para todos nuestros compatriotas, para nuestros vecinos latinoamericanos y para el resto del mundo. No obstante, vale la pena preguntarse si sus políticas culturales actualmente vigentes, y el trasfondo ideológico en el que se cimentan, están a la altura de la responsabilidad y las perspectivas que esta distinción permite avizorar.
En 2010, la industria editorial argentina publicó 27 mil títulos, de los cuales el 65% se produjo en la ciudad de Buenos Aires. Si calculamos la cantidad de ejemplares producidos, la capital nuclea el 75% del total del año pasado. Las editoriales se concentran en la zona centro y norte de la Ciudad. Lo mismo sucede con las librerías, difíciles de hallar al sur de la Avenida Rivadavia. Más allá de estos datos geográficos, el 60% del volumen de ejemplares publicados en el país corresponde a sólo 22 editoriales.
Este alto nivel de concentración agiganta la potencialidad de Buenos Aires. Pero plantea, al mismo tiempo, un serio riesgo: la posibilidad de edificar una Ciudad cerrada sobre una parte de sí misma, excluyente, negadora de las diferencias existentes entre zonas, regiones y países, pero también entre sectores sociales y tradiciones culturales.
De hecho, la postulación para una capitalidad mundial del libro resulta complementaria con su nula vocación por asumirse como capital de todos los argentinos. Actitud que se exhibe sin tapujos en boca del propio jefe comunal cuando tilda de “descontrolada” a la inmigración de los países vecinos, o cuando pretende negar la atención sanitaria en los hospitales públicos a los ciudadanos de otras provincias argentinas, por citar sólo dos ejemplos. Desconoce así el rol integral que tiene la Ciudad, a la que todos los días ingresan millones de personas que no vienen a “aprovecharse” de los recursos públicos, sino a trabajar, estudiar, consumir o disfrutar sus momentos de ocio.
Cabe preguntarse entonces: ¿hubiera sido posible que escritores de la talla de Augusto Roa Bastos, de Neruda, de Onetti, de García Márquez o de Vallejos se hubieran sentido atraídos y cobijados si nuestra Ciudad los hubiera recibido como “inmigrantes descontrolados”? ¿Qué hubiera pasado con autores como el jujeño Héctor Tizón o el santafesino Juan José Saer? Una Buenos Aires construida sobre esas bases, ¿sería hoy Capital Mundial del Libro?
Desde la Secretaría de Cultura de la Nación trabajamos diariamente con medidas concretas para achicar aquella brecha e integrar al país editorial. Para federalizar la producción y distribución de libros y para apoyar el desarrollo profesional de las pequeñas editoriales. Una de ellas es el impulso al Consejo Nacional de Lectura, una iniciativa que coordina diversas jurisdicciones públicas para trabajar en la promoción de la lectura y la creación de nuevos lectores. En la misma línea, se inscriben la creación de una plataforma digital para la promoción de las ediciones universitarias; el apoyo a las demandas del sector editorial para corregir asimetrías impositivas que ponen al libro argentino en desventaja frente al importado; y la creación de la escuela de libreros, la primera en su tipo. Junto con el Ministerio de Trabajo y la cámara de libreros, comenzó a funcionar el año pasado en la Ciudad de Buenos Aires y estamos inaugurando este mes la de Córdoba. Para el segundo semestre de 2011, estamos proyectando abrir la escuela de libreros de Rosario.
Estas acciones tienen como guía la profunda convicción de que el Estado debe asumir cada día más las tareas que le son propias, tal cual viene haciéndolo en el país desde 2003. Para posibilitar, en el ámbito de la cultura, mayores niveles de igualdad, de justicia y de excelencia para la producción, objetivos que el mercado nunca podrá cumplir.
En Buenos Aires se advierte un recorrido opuesto. Mientras el gobierno porteño procura proyectar una imagen internacional, la ciudad posee detrás de la Facultad de Derecho un centro de exposiciones en pésimas condiciones, detenido en el tiempo, que no permite realizar actividades de envergadura y se utiliza para alojar los talleres del Teatro Colón. ¿Quién se beneficia? El negocio privado. En este caso, la Sociedad Rural y la sociedad que gerencia su predio, cobrando exorbitantes alquileres cuyos costos terminan sufriendo todas las editoriales a la hora de rentar los stand para la Feria del Libro.
La Feria del Libro de Buenos Aires, con su maravillosa impronta cultural y su colosal trayectoria, no debiera convertirse en una fiesta sobre el Titanic de las asimetrías. Por eso, se entiende el dolor de muchos al saber que los predicadores globales del neoliberalismo la usarán para fogonear su añorado modelo, ese que deja a la cultura indefensa frente al mercado. O para ser más específicos, que condena al desamparo a editores, autores y libreros, tal cual ocurrió en nuestro país hasta no hace muchos años. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario