13 mayo 2011

ARLEQUINO, SERVIDOR DE DOS PATRONES

Todos nosotros en nuestra infancia debemos tener recuerdos de haber ido alguna vez a un circo. No importa si en una gran carpa, en el Luna Park o en algún pueblo del interior. En mi memoria hay mezclas de todos ellos y del infaltable payaso que nos hacía reír. Mi viejo me llevaba y disfrutaba, probablemente más que yo, con esos juegos no siempre perfectos pero voluntariosos cuanto menos. Tengo muy presente a uno de ellos que sacaba cosas de sus bolsillos, algunas de tamaños imposibles y se las pasaba a su asistente sin solución de continuidad hasta abarrotarle las manos, los brazos y el cuerpo todo convirtiéndola en un insólito perchero humano. Luego volvía atrás la operación y nos asombraba guardando toda esa parafernalia en su lugar de origen. Como cierre sus manos recogían desde algún lugar de sus mágicos e increíbles bolsillos cientos de pedacitos de papel metalizado, dorados y plateados, arrojándolos al aire de tal manera que subían hasta el techo de la carpa y se abrían cayendo en miles de fragmentos expuestos a una luz especial para ese final; convirtiéndose ante mis ojos en la cola de un interminable cometa. Entonces se retiraba triunfalmente de la pista junto a su asistente, en medio del redoble de tambores y metales que cerraban su actuación.

Ahora, a tantos años de aquello, no puedo sino sonreír mientras lo escribo y tengo la sensación en cierto modo que estos insondables bolsillos los tienen hoy, muy disimulados por cierto, personajes que dicen ser una cosa y su actuación en realidad los desdice un poco todos los días. Esta especie -de apariencia humana- no vacila en malversar mandatos conferidos en beneficio propio. Destruye la confianza, transa con quien lo pueda beneficiar y termina siempre de un modo u otro en la traición. Traición que ejecuta en dosis homeopáticas primero y va en aumento luego en virtud de la impunidad que sus actos le han ido confiriendo. 

El más reciente lo protagoniza tristemente el vicepresidente; estrella fulgurante poco tiempo atrás y hoy sin luz ni para iluminar su propio despacho. Estos tipos duermen, cuando apoyan la cabeza en la almohada, duermen. Es mentira que su conciencia no se lo permite: ¡duermen como el mejor! Nunca tomarían la decisión de Judas en el relato bíblico. Ellos gozarán de pequeñez y buena salud de por vida, aunque políticamente su carrera haya comenzado a morir prematura y velozmente. Tampoco, probablemente, se les pueda reclamar nada. Porque la traición se siente profundamente pero es difícil probarla -el código civil no puede hacerlo- ellos lo tienen bien claro.

Lo terrible de la traición es que se contagia. La traición no tiene género. La traición tiene número y acumula: monedas o billetes gordos, no importa todo le sirve al bolsillo del payaso. Con una mano nos hace señas hacia un lado y va para otro.

Es buena gambeteadora la traición y cuando entra en juego no para nunca. Hasta que la paran. Pueden hacerlo quienes alguna vez, siendo chicos vieron en un circo el famoso número del payaso, el del bolsillo sin fondo, que tan hábilmente crecía hasta la desmesura. Un día las luces se enfocan, la pista estalla de luz y el personaje en cuestión queda desnudo, totalmente desnudo frente a sus compañeros, aquellos que lo eligieron para que los representara, los que le dieron mandato, los que confiaron en él porque lo consideraban el mejor de todos.

Todo se compra y se vende según nos ha enseñado la sociedad del egoísmo. No es fácil poder ver quien juega de frente, lealmente y quien no lo hace, aceptando una vez más, “los treinta denarios”. Ellos, como el Arlequino de Carlo Goldoni, pueden perfectamente ser “servidores de dos patrones”, aún de los que hasta hace muy poco fueron sus adversarios; que a su vez traicionaron antes para obtener el mezquino poder del que ahora gozan. Ahora son poseedores de las monedas que engendrarán una nueva traición. Pueden pagar sin pudor, siempre habrá alguien a quien comprar. Proablemente el personaje no esté sólo, tendrá un asistente o varios que lo acompañen, con o sin disimulo. El bolsillo del payaso les dará una tajada, y los introducirá sutilmente en la traición, de la que ya no es posible retornar.

La cola del cometa del payaso ya no será el cierre de un acto que deje recuerdos, ni brillos como en aquellos lejanos días de la infancia. Ahora se habrá convertido en metálico, contante y sonante en sus bolsillos. Cuando el reflector cierre su haz y deje a oscuras la pista para preparar el siguiente acto, sus compañeros ya no estarán a su lado y el patrón del gran circo tampoco los querrá a su servicio.

Julio Santamaría                                                                                                          Mayo de 2011

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