Ahora, a tantos años de aquello, no puedo sino sonreír mientras lo escribo y tengo la sensación en cierto modo que estos insondables bolsillos los tienen hoy, muy disimulados por cierto, personajes que dicen ser una cosa y su actuación en realidad los desdice un poco todos los días. Esta especie -de apariencia humana- no vacila en malversar mandatos conferidos en beneficio propio. Destruye la confianza, transa con quien lo pueda beneficiar y termina siempre de un modo u otro en la traición. Traición que ejecuta en dosis homeopáticas primero y va en aumento luego en virtud de la impunidad que sus actos le han ido confiriendo.
El más reciente lo protagoniza tristemente el vicepresidente; estrella fulgurante poco tiempo atrás y hoy sin luz ni para iluminar su propio despacho. Estos tipos duermen, cuando apoyan la cabeza en la almohada, duermen. Es mentira que su conciencia no se lo permite: ¡duermen como el mejor! Nunca tomarían la decisión de Judas en el relato bíblico. Ellos gozarán de pequeñez y buena salud de por vida, aunque políticamente su carrera haya comenzado a morir prematura y velozmente. Tampoco, probablemente, se les pueda reclamar nada. Porque la traición se siente profundamente pero es difícil probarla -el código civil no puede hacerlo- ellos lo tienen bien claro.
Lo terrible de la traición es que se contagia. La traición no tiene género. La traición tiene número y acumula: monedas o billetes gordos, no importa todo le sirve al bolsillo del payaso. Con una mano nos hace señas hacia un lado y va para otro.
Es buena gambeteadora la traición y cuando entra en juego no para nunca. Hasta que la paran. Pueden hacerlo quienes alguna vez, siendo chicos vieron en un circo el famoso número del payaso, el del bolsillo sin fondo, que tan hábilmente crecía hasta la desmesura. Un día las luces se enfocan, la pista estalla de luz y el personaje en cuestión queda desnudo, totalmente desnudo frente a sus compañeros, aquellos que lo eligieron para que los representara, los que le dieron mandato, los que confiaron en él porque lo consideraban el mejor de todos.
Todo se compra y se vende según nos ha enseñado la sociedad del egoísmo. No es fácil poder ver quien juega de frente, lealmente y quien no lo hace, aceptando una vez más, “los treinta denarios”. Ellos, como el Arlequino de Carlo Goldoni, pueden perfectamente ser “servidores de dos patrones”, aún de los que hasta hace muy poco fueron sus adversarios; que a su vez traicionaron antes para obtener el mezquino poder del que ahora gozan. Ahora son poseedores de las monedas que engendrarán una nueva traición. Pueden pagar sin pudor, siempre habrá alguien a quien comprar. Proablemente el personaje no esté sólo, tendrá un asistente o varios que lo acompañen, con o sin disimulo. El bolsillo del payaso les dará una tajada, y los introducirá sutilmente en la traición, de la que ya no es posible retornar.
La cola del cometa del payaso ya no será el cierre de un acto que deje recuerdos, ni brillos como en aquellos lejanos días de la infancia. Ahora se habrá convertido en metálico, contante y sonante en sus bolsillos. Cuando el reflector cierre su haz y deje a oscuras la pista para preparar el siguiente acto, sus compañeros ya no estarán a su lado y el patrón del gran circo tampoco los querrá a su servicio.
Julio Santamaría Mayo de 2011
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