30 septiembre 2011

Los espectros del bonapartismo

La necesidad de repensar una categoría ampliamente discutida por las izquierdas mundiales en el último siglo


Por Horacio González


La expresión bonapartismo surgió en las izquierdas hacia los años cincuenta para señalar a los gobiernos que crean una ilusión de representación política general, por encima de los diversos y contradictorios intereses sociales. Fue habitual en el lenguaje de Jorge Abelardo Ramos, uno de los fundadores de la “izquierda nacional” en la Argentina, en sus primeros trabajos sobre el peronismo. Pero no la usaba para condenarlo sino para revelar una de sus características; luego, con su mayor cercanía al peronismo, eliminó ese concepto, que inevitablemente carga una aureola despectiva.
La idea de bonapartismo había sido tomada del gran trabajo de Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte III, referido al golpe de Estado que ejecuta el sobrino de Napoleón Bonaparte en 1852, convirtiéndose en emperador de Francia. Seguía así, en las condiciones de una sociedad moderna, los pasos de su tío.
Marx expone en ese crucial escrito -publicado en primer lugar en un periódico norteamericano liberal y antiesclavista- una completa teoría de la historia basada en que los ciclos que se suceden, responden más bien a un tiempo circular que a un tiempo lineal. La historia no progresa linealmente. Y lo explicaba por la danza de ilusiones que siempre se manifiestan en la vida social, esto es, por el deseo de los hombres del presente de vestirse con las togas y ornamentos del pasado. En vez de que las clases sociales busquen su poesía transformadora en motivos futuros, aun cuando una revolución está a la orden del día, el lenguaje social va a buscar inspiración en los prestigiosos modelos de la antigüedad.
Así, la historia deviene una farsa que puede comprometer a la misma clase obrera, pues aunque ésta haga movimientos nuevos, puede estar envuelta en “pesadillas arcaicas” que aprisionan su voluntad de cambio, presa de un obsesivo tiempo circular, litúrgico. Y en la peor expresión de la opresión que ejercen esos disfraces del pasado, toda una sociedad se lanza a repetir un arquetipo superado, llevada por la ensoñación que provoca el recuerdo de momentos gloriosos no desvanecidos de la memoria colectiva. En vez de buscar formas de representación política que realmente interpreten los intereses sociales, la sociedad acepta formas de representación teatral interpretadas por personajes dislocados, marionetas de la historia, detritus que toda historia arroja desde todos sus sectores, populares o aristocráticos, y los coloca en posición de gobierno. Ellos son capaces de erosionar al propio Estado burgués con sus coreografías ilusorias, diciendo que “representan el conjunto de la nación” con sus grotescos pasos de comedia. Degradan incluso a la política burguesa, van más allá de la crítica que debería hacerse al Estado burgués, porque con el poder de los “detritus de la sociedad”, el lumpemproletariat: de allí surge esta noción de Marx, corrompen el sentido mismo de la política.
El 18 Brumario de Marx es un escrito inspirado en la contraposición entre la tragedia y la comedia, nociones de la teoría estética de Hegel. El siglo XX valoró este escrito periodístico de Marx como una obra fundamental pues se trata de un análisis histórico basado en la idea de un presente político caracterizado por enmascaramientos ideológicos, fantasías colectivas y una suerte de danza de marionetas en una sociedad donde ninguna identidad social puede reconocerse por sí misma. Este dislocamiento de las posiciones sociales, denunciado por Marx, le permitió reconocer como en ninguno de sus trabajos anteriores, a una sociedad -la Francia del Segundo Imperio- que se movía con sus dramáticos disfraces pero que no impedía reconocer las particularidades y facciones más específicas de las clases sociales. La gran obturación de ese “análisis concreto” la producía la gran fantasmagoría bonapartista, ese simulacro que decía situarse por encima de todos los sectores del conflicto social, e incluso del Estado, apelando a una sistemática falsificación de las identidades sociales en nombre de una taumaturgia imperial.
Era un espectáculo de polichinelas sociales que, en última instancia, expresaba al “amorfo campesinado” sin conciencia social, para sostener las aventuras expansionistas de Francia: en Indochina, en México. Marx se inspira para escribir el 18 Brumario -como ha sido bien estudiado- en sus afiebradas lecturas de Shakespeare. El personaje de Napoleón III está de alguna manera inspirado en Ricardo II o Coriolano. Puede decirse que equivale al “Príncipe” de Marx, heredero del de Maquiavelo. Como si Marx quisiera cerrar con ese escrito la turbia pero atractiva fama del maquiavelismo. Sin embargo, Marx en ningún momento emplea la noción de bonapartismo. Gramsci, muchos años después, la sustituye por la de cesarismo, pero sin los alcances de mistificación que le asigna Marx, pues percibe que en ciertos momentos de tenso equilibrio en la sociedad, el cesarismo puede transmutarse en una dimensión transformadora.
Marx fue el gran enemigo de Bonaparte III, el sobrino del primer Napoleón, al que también le atribuye ser un impostor al invocar esa genealogía. Cuando Bismarck declara la guerra a Francia, en 1871, Marx, desde Londes, regaña a Wilhelm Liebknecht, uno de los fundadores del socialismo alemán, por no querer votar los créditos de guerra para la maquinaria militar alemana. A Marx le urgía sacar de la escena europea al funámbulo bonapartista.
La expresión bonapartista tiene así los ilustres antecedentes de este gran texto y aquellos debates europeos sobre una representación política imperial o nacional que oscurecía las posiciones de clase con saltimbanquis de boulevard, la picaresca de las grandes metrópolis y la incapacidad colectiva para descubrir los verdaderos intereses de transformación social.
Las izquierdas mundiales heredaron este debate e hicieron del concepto de bonapartismo un artilugio fácil para condenar formas políticas complejas y mezcladas, con liderazgos populares surgidos de ámbitos inesperados o heterogéneos. Sin duda, el bonapartismo es palabra peyorativa para designar formas anómalas de representación social. Pero las sociedades contemporáneas han asistido, una y otra vez, a las verdaderas dificultades que existen ante estas anomalías. Y, sobre todo, ante el hecho de que muchas de ellas pueden desembocar en anchas avenidas de cambio social y democratización efectiva.
 Fuente: Revista Debate, 28.09.11

No hay comentarios:

Publicar un comentario