22 septiembre 2011

Recordando a Juan José Hernández Arregui *

A 37 años de su fallecimiento

Por Roberto Páez González

1. Dos fechas de su vida
Juan José Hernández Arregui nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires, el 29 de septiembre de 1913 y falleció a los 61 años, el 22 de septiembre de 1974, el mismo año en que murió Perón y fueron asesinados Ortega Peña, Julio Troxler y muchos otros compañeros.

2. Primer itinerario
A los 18 años se afilió a la UCR, después de la caída de Yrigoyen, y escribió en periódicos de la tendencia yrigoyenista. Más tarde estudió en Filosofía y Letras de la ciudad de Córdoba, siguiendo enseñanzas de Rodolfo Mondolfo, un profesor que había sido discípulo de Labriola. Se graduó en 1944. En 1947 se sumó al peronismo, incorporándose con la mediación de Jauretche al gobierno de Domingo Mercante en la provincia de Buenos Aires. Desde 1948 fue docente de la Universidad Nacional de La Plata, y en la facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires, hasta el golpe militar de 1955. En 1957 publicó Imperialismo y cultura y en 1960 La formación de la conciencia nacional.
Es preciso retrotraerse al espacio temporal en que se publicaron ambos libros: la época de la Revolución fusiladora y el gobierno de Arturo Frondizi que llegado al gobierno mediante el famoso Pacto –que Frondizi no cumplió (porque siguió la proscripción)- fue el continuum de un régimen surgido de la proscripción del peronismo y la persecución de los militantes peronistas, sindicales y de la Resistencia.

3. Imperialismo y cultura
Imperialismo y cultura enfoca la actividad cultural como ideología, particularmente en relación a la literatura -que encubre elementos de la vida social económica- y a la que Hernández Arregui aborda como una crítica de las ideas que en ella circulan.
Imperialismo y cultura registra y cuestiona el papel deformante que la influencia del imperialismo produjo en las opciones dominantes de intelectuales y artistas de nuestro medio en la producción literaria del país, denunciando la colonización pedagógica impuesta por la dominación política del capital extranjero en nuestra estructura semicolonial dependiente.
Con toda claridad, se desprende el papel subordinado de la pequeña burguesía que, en los países semicoloniales es a la vez víctima e instrumento de esta confiscación de la autonomía intelectual. Hernández Arregui opone a autores como Sábato, Borges, Mallea y Martínez Estrada, los autores cuyas obras dimanan de un rechazo social, como Roberto Arlt, de un trasfondo histórico, como Manuel Gálvez, de una obra de investigación, como Scalabrini Ortiz, quien después de ofrecer una pauta existencial en El hombre que está solo y espera, se concentró en el tema de los ferrocarriles ingleses y contribuyó con Jauretche, Homero Manzi y Dellepiane a la docencia política que ejerció FORJA durante la década infame y después.
Esta critica de la “Intelligentsia” fue un paso determinante hacia la toma de conciencia nacional de las generaciones que empezaron a enfrentarse con las nuevas formas hegemónicas que en el país reflejaban la dominación imperialista: democracia formal o restringida con represión del movimiento obrero y proscripción del peronismo, sujeción al FMI con planes de ajuste a repetición, colonización pedagógica e invasión cultural.
La segunda edición de Imperialismo y cultura es de 1973 y tiene prólogo de Ortega Peña e ilustraciones de Carpani y Di Bianco; la obra ya tenía una vida de relación no sólo con un público de lectores, sino con lectores comprometidos con el autor y sus tesis, con la lucha por la formación de la conciencia nacional, comprometidos con los trabajadores, la soberanía nacional y la unidad latinoamericana.

4. América Latina o Iberoamérica
A Hernández Arregui le gustaba referirse a Iberoamérica… la denominación de América Latina, procedente de Bilbao Barquín y de Torres Caicedo -pero con diferencias entre ambos, estando Torres proclive al bonapartismo de Napoleón III- había surgido en el contexto francés, con influencia ideológica de Lamennais y su idea de una fuente de espiritualidad latina, opuesta a la sajona. Pero fue mucho más una apuesta de la Francia del Segundo Imperio, instaurado a fines de 1852, como se vio luego con la invasión francesa de México, apoyando las pretensiones de Maximiliano. Desde las derrotas del 1848 europeo hasta entonces sólo habían pasado 10 años.
Entre los primeros argentinos que sostienen la idea de una América Latina unida se encuentra a Manuel Ugarte, a principios del siglo XX. Pero esa denominación no contaba por entonces con muchos seguidores. Hernández Arregui, quien realizó una crítica histórica de la influencia cultural británica, enfatizó que la Leyenda Negra de España, por más que basada en aspectos inaceptables del poder colonial español, servía a los británicos para dividir y someter a las excolonias españolas, aprovechando que después de la Independencia, existía un rechazo a la “madre patria”.
Por eso, ante la necesidad de recalcar los aspectos que tendían a la unión de nuestros países Hernández Arregui consideraba que los elementos culturales e históricos comunes procedían de una unión previa iberoamericana.

5. Los CIPLEN – Peronismo y liberación, peronismo y socialismo 
En 1972, junto con Hernández Arregui, Carlos Suárez, Marcelo Quiroga Santa Cruz y Ricardo Carpani creamos unos Centros Iberoamericanos para la Emancipación Nacional, con el apoyo de sindicalistas como Jorge Di Pasquale, Mario Aguirre, Raimundo Ongaro, Julio Guillán. Sin embargo, entendíamos que la denominación de Latinoamérica, que desde la Revolución Cubana se había notablemente extendido, era un nombre equivalente en la práctica, ya no basado en los orígenes sino en la reivindicación, el reclamo, el objetivo de nuestra unidad. Además de Perón con La hora de los pueblos – Latinoamérica ahora o nunca, de 1967, una pléyade de escritores de todo el subcontinente lo había empleado.
Cabe recordar que esos CIPLEN consideraron necesario, precisamente, debatir dos de nuestras principales consignas: la unión de Latinoamérica y el socialismo nacional que planteaba el propio Perón. Entonces, en ese año de 1972 se realizaron tres mesas redondas con asistencia muy numerosa cada vez, en los sindicatos de Farmacia, Telefónicos y Gráficos en los que intervinieron, Hernández Arregui, Di Pasquale, Raimundo Villaflor, Julio Guillán, Carlos Suárez, Alfredo Carballeda, Mario Aguirre, Ricardo Carpani y yo entre los que recuerdo en este momento. La intervenciones de estas mesas redondas fueron publicadas en forma diferida por la revista Militancia que dirigían Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde.
Para Hernández Arregui ambos temas fueron una preocupación fundamental y tenemos como prueba su libro Peronismo y Socialismo publicado ese año, así como la revista Peronismo y Liberación que dirigió en 1974.

6. La formación de la conciencia nacional
La formación de la conciencia nacional, el segundo libro de Hernández Arregui, enfoca, critica y señala límites a todas las ideologías que influyeron en la historia argentina, particularmente a lo largo del siglo XX hasta 1960: la oligarquía, su liberalismo, el positivismo; el nacionalismo católico de derecha, los partidos socialista, comunista, el yrigoyenismo, el forjismo, el peronismo, la izquierda nacional…
Hernández Arregui se sitúa en la izquierda nacional, pero a diferencia de otros autores a los que reconoce en la izquierda nacional, él está posicionado en el peronismo. Hernández comprende perfectamente que existe una izquierda peronista cuyas expresiones más notorias son las de John William Cooke, Gustavo Rearte, Envar El Kadre, Bernardo Alberte, pero que vive también en la militancia sindical, especialmente la de los sindicalistas de la “línea dura”, en la militancia de la Resistencia y la Juventud Peronista, en el recuerdo de la obra de Eva Perón y del Estado peronista entre los trabajadores y el pueblo.
En definitiva, además de la proyección del liderazgo de Juan Domingo Perón, en el país se desarrolló, desde 1955 hasta 1973, un largo período de 18 años durante los cuales se había afirmado una identidad política peronista que reivindicaba las tres banderas del peronismo, la tendencia al socialismo y la unidad latinoamericana.

7. ¿Qué es el ser nacional? – Y la debilidad del frente nacional
En ¿Qué es el ser nacional? Hernández Arregui había diagnosticado que: “Acostumbrada la gente de la pequeña burguesía a la anterior y módica tranquilidad, los cambios demasiado rápidos la asustan y, sobre todo, le fastidian las mejoras que recibe la clase obrera, a la que juzgan con no disimulado resentimiento de clase, una injusticia y una desjerarquización del orden natural de las cosas y de la escala social. Las criaturas de la clase media, sin representatividad gremial o política coherente por su mismo individualismo, hablan entonces de “crisis moral” y esperan salir de ella mediante la aparición de estadistas austeros y progresistas, mezclas bien equilibradas de Juan XXIII y Lenin…”
La primavera camporista duró poco, en un contexto geopolítico regional de dificultades, tras las caídas de los gobiernos de Salvador Allende, en Chile, y de Juan José Torres, en Bolivia, que había sido depuesto el 21 de agosto de 1971.
Como sabemos, Hernández Arregui falleció en 1974. Desde luego que la historia siguió después de su muerte. Pero detengámonos un momento a pensar en algunas de las muertes que tuvieron lugar ese año. También había muerto Perón el 1 de Julio. También, Ortega Peña, asesinado el 31 del mismo mes. El deceso de Hernández Arregui fue el 22 de septiembre. Pero no hubo una sino muchas muertes, por asesinato, que se produjeron en ese corto período, como la del General Prats, colaborador de Salvador Allende, las de Julio Troxler, Silvio Frondizi, Atilio López, Juan José Varas, Alfredo Curutchet, en una serie negra de la Triple A. La Nación en vilo asistió a un gobierno que fue el prólogo de la dictadura militar.
¿Qué es el ser nacional?, de 1963, llevaba como subtítulo: “La conciencia histórica iberoamericana”. El concepto de Hernández Arregui era muy distinto del que evocaban los militares. A mí me dijo un día: “yo niego ahí ese cacareado ser nacional”. Desde el principio dice que “no es una categoría reseca del espíritu”. Y también, que: “Una de las ideas centrales de este libro, que indaga en la existencia de la nacionalidad, es la América Latina”. Agrega: “en el caso de la América Ibérica, por parentesco geográfico, de lengua y de problemas, es conciencia histórica hispanoamericana, vale decir, la cuestión de la liberalización nacional es impartible de la liberación de la América Latina, la gran nación inacabada por el empuje anglosajón durante el siglo XIX. En este plano de la consideración histórica del asunto, el ‘ser nacional’, desmondado de su cáscara ideal, no es otra cosa que el enfrentamiento de la América Latina con Inglaterra y Estados Unidos, la conciencia revolucionaria de las masas frente a la cuestión nacional e iberoamericana”. Se trata, pues, de la realidad que nos envuelve. “Y como mandato del presente”: … “es hablar de una Patria, de un Pueblo como comunidad cultural, de una Nación con su historia”, enmarcada en contextos americanos, ibéricos e indígenas.

8. Otra vez las grandes ideas
Por eso, aunque después de ese año de 1974 se verificara el fracaso de varias generaciones de argentinos en llevar a la victoria las banderas de la liberación nacional y social y aunque el país fuera obligado por la dictadura y una nueva era de sujeción a los poderes exteriores hegemónicos, a la invasión de propaganda neoliberal que imperó, la salida del infierno, como se propuso Kirchner, como nos propuso Kirchner, nos lleva a una vuelta a las grandes ideas planteadas por los mejores representantes del pensamiento nacional y, entre ellos, claro, a Juan José Hernández Arregui.
Ya Simón Rodríguez había advertido: “La América española es original, originales han de ser sus instituciones y su gobierno, y originales sus medios de fundar uno y otro. O inventamos, o erramos”. Incluso había adelantado que “La sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados-Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América” ¿por xenofobia? ¡No! Porque debíamos inventar y no adoptar y cuando más adaptar modelos, y porque la potencia económica de EEUU los empujaba a una proyección de conquista de la que debíamos cuidarnos.
En Nacionalismo y liberación, que Hernández Arregui publicó en 1969, afirmó que las naciones de Nuestra América nunca serían independientes mientras se mantuvieran separadas. Que debemos unirnos sobre la base de una historia común de cinco siglos y una época anterior representada por las culturas indígenas, aprovechando nuestra fusión de razas y la comunidad lingüística. Porque no ser europeos no es una humillación cultural sino al contrario, porque tenemos nuestros propios aportes a la civilización universal.
En la revista Peronismo y socialismo, de 1974, como en sus libros, leer a Hernández Arregui es un placer sorprendente: “el marxismo es un humanismo cuyo centro es el proletariado y su circunferencia el género humano”. Se trata de su artículo ¿Qué es el nacionalismo? Y es un capítulo de Nacionalismo y Liberación. De entrada aclara que no es lo mismo el nacionalismo de un país oprimido que el nacionalismo de un país opresor. Pero la única acepción justa que lo convalida reside en “la teoría y la práctica de la revolución nacional liberadora del coloniaje” que sólo puede encarnarse en la actividad revolucionaria de las masas por más que intervengan otros factores de poder, como la Iglesia, el Ejército, la burguesía nacional, etc.
Hernández Arregui aclara que el imperialismo se ha encargado de hacer una amalgama entre los nacionalismos reaccionarios y populares con la finalidad de desvirtuar a estos últimos.

9. Hoy
En el mundo actual, en plena crisis financiera con sus metamorfosis de frágiles deudas soberanas, planes de ajuste, recesión, desocupación y particularmente desocupación de los jóvenes -como es el caso en Europa y en los países de la ribera sur del Mediterráneo- resurgen conflictos de tipo neocolonial y se replantean los esquemas de conquista o de intromisión con fines de control de recursos -caso paradigmático, el petróleo- y los análisis de Hernández Arregui adquieren una capacidad viva de ayudar a interpretar lo que pasa. Ya están las dificultades económicas y sociales afectando a los países desarrollados y simultáneamente allí rechazan al inmigrante y reaparecen iniciativas bélicas para posicionarse en territorios con recursos naturales con pretextos de injerencia humanitaria.
La pertinencia de los estudios y publicaciones de Juan José Hernández Arrgui –vigente como si no hubiera pasado el tiempo – me hace pensar que sus textos deben ser leídos, comentados, debatidos por los jóvenes de alrededor de dieciséis años y más, y por lo tanto, desde la secundaria. Yo leí La formación de la conciencia nacional e Imperialismo y cultura –en ese orden- a los dieciséis, en el contexto de la proscripción del peronismo, en 1960, y recordando el afán que teníamos por comprender el país, lo que era muy difícil en medio de tantas mentiras oficiales y de la educación colonizada que padecíamos, me parece que las nuevas juventudes tienen mucho tiempo que ganar familiarizándose con los temas aún candentes enfocados por Hernández Arregui así como con la generosidad de sus análisis.
Como él mismo dijo, “Un país colonial jamás podrá tener una Universidad Nacional” y para tenerla es preciso que los jóvenes que ingresan no sean simples depositarios de una presunta transmisión de conocimientos, sino jóvenes con el deseo despierto de educarse para sí mismos, para su porvenir y para la independencia del país.

* Notas para mi intervención en la recordación de Juan José Hernández Arregui, en el Homenaje al Pensamiento Nacional y al Compromiso Nacional, el 3 de abril de 2011, en el Palais de Glace.

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