17 noviembre 2011

Reflexiones para seguir adelante

Para que lo necesario se haga posible

Por Isaac Grober *

Desde el infierno al que nos condujo el neoliberalismo que hasta amenazó con la disolución nacional, a partir del año 2003 y con el cambio de paradigma la sociedad argentina se ha ido recuperando y fundamentalmente ha ido recuperando su dignidad y con ello su autoestima.
La recuperación, sin embargo, no se limitó al espacio de lo económico, a la producción, los ingresos y el empleo. Junto con ello, que fue determinante, se vino también recorriendo un camino que extendió derechos sociales y culturales que apuntan a fijar un piso de protección social en favor de ancianos, niños, desocupados, de ir borrando prejuicios discriminatorios y que van cimentando valores de una vida más humana, más merecedora de ser vivida. Es a este todo al que nos referimos cuando hablamos de modelo, proyecto en desarrollo, vivo, que también se deberá revisar y pulir y superar sus falencias.
Son ejemplos el fin de la impunidad para los genocidas, la no criminalización de la protesta social, las políticas de repatriación de científicos y las de promoción de la educación, la ciencia y la técnica, la entrega de computadoras a alumnos y docentes, la puesta en vigencia de la asignación universal por hijo y a mujeres embarazadas sin suficientes recursos, la ley de matrimonio igualitario, la ley de servicios audiovisuales destinada a garantizar infinidad de bocas de expresión libre y diversificada en toda la geografía del país, política exterior autónoma y de hermandad regional, etc.
Para hombres y mujeres tradicional e inconscientemente aferrados a una cultura individualista, sin horizontes trascendentes, en la que lo que prima en general, en el marco de la chatura, es la angustiante vivencia de que la “salvación“ es individual y dependiente de la “viveza” y suerte de cada uno frente al mundo, gracias a estos cambios también ha comenzado a desplegarse sentimientos solidarios, luces de esperanza de ser contenidos y abrazados por la compañía de un colectivo. De allí también el renacer del interés por la política como herramienta de transformación, en especial entre los jóvenes.
Este es el clima que enmarcó el aluvión de votos que encumbró para un nuevo período a Cristina Fernández de Kirchner y al Frente para la Victoria y sus aliados en las recientes elecciones de octubre. Por eso también es comprensible el clima de euforia que embarga a vastos sectores sociales luego de la ratificación ciudadana. No es la felicidad como la de después de ganar un partido de futbol.
Pero ahora se abre una nueva etapa, la de consolidar lo logrado y profundizar el modelo. Consolidar y profundizar, términos distintos que definen acciones diferentes, pero de interacción dialéctica. El problema es cómo consolidar y en qué profundizar.
Está claro que las reformas hasta hoy emprendidas, sin hacer de ello una revolución, han implicado el roce de intereses y por tanto de cuotas de poder de los grupos corporativos, de los sectores más concentrados. Y cuando los tocan reaccionan, atacan. Por citar el caso más emblemático, basta recordar la feroz campaña destituyente que desplegaron con el pretexto de la resolución 125, campaña tras la cual en su momento también se encolumnaron sectores integrantes del campo popular, incluido parte de las capas medias y hasta algunos políticos que traicionando su trayectoria y confundidos respecto de quién es el enemigo, se plegaron al discurso y a los actos convocados por la Mesa de Enlace o en el Congreso votaron en contra. La historia argentina y mundial está plagada de ejemplos similares, muchos lamentablemente con éxito.
Si este peligroso conflicto político se desató a pocos meses de un triunfo electoral con el respaldo del 46 % del sufragio, con un presidente como Nestor Kirchner que al concluir su mandato recogía el 70 % de valoración positiva y además, en el momento de mayores y más extendidos ingresos, adviértase la vital importancia de consolidar lo conquistado, de consolidar el modelo en que estas conquistas están contenidas. En concreto, de la construcción del sustento que lo haga políticamente inamovible, máxime cuando toda profundización ineludiblemente obligará a accionar contra el poder económico, político y mediático de los grupos corporativos.
En los procesos políticos jamás puede garantizarse el no retorno. Nunca digas que no se volverá atrás. Es un riesgo y hay que construir murallas que lo impidan.
Si una de las metas, por citar un caso, es la diversificación y crecimiento de la industria, este objetivo será una fantasía, sólo un discurso de buenas intenciones, sin el crecimiento del mercado interno y éste terminará siendo un sueño de ingenuos si no existe redistribución progresiva del ingreso. Esto obligará – si se quiere mantener y mucho más si se quiere profundizar el modelo – a capturar parte del ingreso y de los resortes del poder económico de los grupos concentrados.
La reforma impositiva y la de entidades financieras, una política de precios o de control de la inflación, la de comercialización interna y externa, una política ecológica que preserve el medio ambiente, hasta la difusión del arte y en general de la cultura, por citar ejemplos, donde uno ponga el dedo chocará contra los intereses y el poder mediático y operativo de las corporaciones.
Y entonces retomamos la preocupación inicial, cómo consolidar y en qué profundizar.
Para esto hay sólo una receta que es también una profundización, madre de todas las demás profundizaciones en cualquiera de las otras áreas: la participación popular, la acción consciente, organizada y coordinada del campo popular, la profundización de la democracia.
Vivimos en una cultura para la que el poder, naturalmente, se ejerce por delegación y para la que, como mucho, la democracia es sinónimo de recurrir burocráticamente cada tantos años a una consulta electoral. Y más allá de que el gobierno no es el poder, los resultados electorales reflejan generalmente estados de ánimo, a los que muchas veces no es tan difícil de doblegar sin hay circunstancias que modifican la dirección del viento.
Cuando hablamos de la profundización de la democracia pensamos en el protagonismo de organizaciones sociales, sindicales, juveniles, estudiantiles y también de pequeños y medianos productores y empresarios, cooperativistas, de profesionales y otros sectores de capas medias, en una acción impulsora y gestora de los cambios, de su instrumentación y del control de su funcionamiento. Que por eso mismo vivan los cambios como que les pertenecen, que le son propios porque ellos mismos los han generado y desarrollado, todo lo cual hace a la construcción de una nueva cultura en la que se viva con naturalidad que el modelo le es propio y no gracia de un gobierno bien inspirado.
Esta es la muralla y el seguro motor de todos los cambios y la que obligará a que lo piense dos veces quien pretenda emprender acciones para retrotraernos al pasado.
Pero está claro que esta tarea no depende del gobierno, cualquier él sea. Es tarea esencial de las organizaciones del campo popular, aunque también en esto el Estado puede ayudar.
Hoy por ejemplo, está en debate un proyecto de distribución de utilidades de empresas destinando una porción de ellas a sus trabajadores. En muchos la idea se asocia sólo a la mejora de los ingresos del trabajador. Y no es criticable. No obstante hay un posible adicional mucho más valioso y es el involucramiento de los trabajadores de la empresa en su funcionamiento, controlando sus costos, los precios, el abastecimiento, el destino de los excedentes. Es una escuela de gestión.
El ejemplo vale también para un control de costos y precios de las grandes empresas, las formadoras de precio, en una real y exitosa política antiinflacionaria. Francia ha sido un ejemplo de ello, desde hace muchos años.
O en la comercialización de la producción agropecuaria y de sus insumos, creando organizaciones en la que participen pequeños y medianos productores y cooperativas.
Finalmente, entre los ejemplos, la organización y puesta en marcha del llamado presupuesto participativo, en el que los vecinos y ciudadanos de una región definen con su participación las inversiones y gastos del sector público, como se hizo en Porto Alegre, Brazil y la posibilidad que abre la organización en comunas de la Ciudad de Buenos Aires, si es que la gestión Macrista no bloquea su desarrollo.
Ahora, después de las elecciones, es el momento de la euforia, pero manos a la obra, el camino que tenemos por delante no está asfaltado ni es un lecho de rosas, aún con el 54%.

* Isaac Grober, Contador Público y Magister en Economía, Miembro del Consejo Editorial de la Asociación Civil-Cultural y Biblioteca Popular Tesis 11.

Fuente: Correo de amigos - del blog de Roberto Páez González

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